
Hoy se cumplen 25 años del fallecimiento de mi padre. La mitad de mi vida sin su presencia física, sin poder compartir penas y alegrías, sin poder hacerle parte de mis proyectos. No hace falta que diga todo lo que le he echado de menos. Ante muchas situaciones me he preguntado qué pensaría o diría ante ellas. Sobre todo en las victorias de nuestro equipo.
Pero no me siento huérfano. Sobre todo al conocer a otros amigos que crecieron sin padre. Yo pude aprender a afeitarme junta a él. Pude tener conversaciones sobre relaciones y valores. Pude pelearme por tener mi propia identidad. Pude decidir en qué parecerme o no, en qué imitarle.
Porque todavía tengo presentes los 25 años junto a él, me hacen sentir este día especial. Al entrar en mi barrio, a la puerta de mi antiguo colegio, en los bares de la zona, en la parada del autobús, en la terraza de mi casa familiar. Y en Nervión, en el Ramón Sánchez Pizjuán, donde no hay día que entre y mi mirada no se vaya hacia la parte central del Voladizo de Gol Norte. Esas escaleras de cemento que subía de su mano en mi niñez y que subimos juntos por última vez un mes de mayo de 1995.
Te quiero papá.