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OTRAS LETRAS.

Soy de un barrio de provincias, de un lugar donde creímos que las cosas estaban cambiando, donde nos movíamos a ritmo del garaje y donde crecimos yendo a nuestro rompeolas cotidiano. La mezcla era una constante, no había tanta segregación entre tribus urbanas como en las grandes capitales, pues moríamos con el rock and roll más clásico imitando a John Milner, a la vez que Ramones y The Clash formaban parte de nuestra banda sonora. Nunca tuve -ni tuvimos- síndrome «Quadrophenia», entre otras cosas porque el rollo “sixtie” nos gustaba una barbaridad y porque era imposible odiar a nuestros amigos “mods”, pues consumían cosas muy divertidas. Quien ha vivido eso sabe a lo que me refiero. He seguido y respetado la trayectoria de Loquillo desde adolescente; unas cosas me han conectado más que otras. El sonido de “No Surf” me acompañaba en las noches de encarcelamiento ahora hace 20 años por insumisión y he sentido a muchos “Compañeros de Viaje” a mi lado. No soy alguien ajeno a su música, mis “Hermanos de Sangre” lo saben. Mi hija y su pareja me han regalado por reyes el concierto del pasado 24 de septiembre de 2016 en Las Ventas.

Mucha gente desconoce que la primera canción censurada de la democracia fue “Los Ojos Vendados”, denunciando la tortura, ni que “La Mala Reputación” desempolvó para muchas la canción libertaria francesa; “Piratas” y “Siempre Libre” fueron cantos a la libertad, por no hablar de la apuesta de “Mujeres en pie de Guerra” alrededor de la memoria histórica de las perdedoras, incluyendo “Antes de la lluvia”, “El año que mataron a Salvador” o “Viva Durruti”. En cada una de ellas, las letras son fundamentales para hacer llegar el mensaje. La adaptación de Johnny Cash “El hombre de Negro” así lo atestigua. En la mayoría de los casos, son frases directas, sin posibilidad de interpretación…y eso siempre me gustó. El carácter ideológico es innegable, porque el rock también es eso, mensaje.

Creo en la libertad de expresión de todas todas, sin cortapisas. Por eso, la misma libertad de expresión que permite que se siga tocando en los escenarios, después de un tiempo en la nevera, la canción “La mataré”, me asiste para expresar lo que siento cuando la vuelvo a escuchar en los conciertos. Antes que nada decir que no estoy de acuerdo en quienes minimizan el sentido de la letra de la mencionada canción. Se dice lo que se dice, no hay posibles dobles o triples interpretaciones. Cuando escucho la letra, primero siento, como dice mi amigo Hilario Sáez, vergüenza de género; después la identificación con el protagonista es imposible, solo siento violencia y agresión, porque dolor, lo que se dice dolor, se expresa más en el apoteósico final de “Cadillac Solitario”. Decir las frases que se dicen en esa canción me llega a producir tal grado de incomodidad que no me permite disfrutar del momento, pero donde ya me siento totalmente alejado es cuando se corea por todo el mundo: ¡¡la mataré!! Me es difícil soportarlo. Porque me parece grave, porque no lo puedo defender desde ninguna de las formas. Es rock, pero no es lo mismo gritar “¡Y no estás tú!” que “¡La mataré!”, lo mires por donde lo mires. Sobre todo si estás mínimamente comprometido con la igualdad entre hombres y mujeres.

Pero me pregunto porqué hay tantas personas que no les pasa lo mismo, me pregunto porqué si defiendo esta postura me convierto en un políticamente correcto que no aguanta las expresiones artísticas a contracorriente,  en un contexto donde lo “políticamente incorrecto” se está convirtiendo en un modo de introducir los valores conservadores y reaccionarios más retrógrados. Pero por encima de todas las cosas, me siento solo. Encuentro pocas complicidades masculinas, aunque sea solo para manifestar un cuestionamiento o debate sobre el asunto. Lo que recibo es que “jodo la marrana”, que me alineo con “feminazis” o que me posiciono contra la libertad de expresión. Recuerdo un concierto en Málaga donde la gente coreaba ¡La mataré! ¡La mataré! Y el Loco respondió…”prefiero como trata a las mujeres mi amigo Pepe Risi…esto es qué hace una chica como tú en un lugar como éste”. Ahí me sentía cómplice, ahí había heterodoxia. Hoy me gustaría que la respuesta pudiera ser “Territorios Libres”. Pero es solo un deseo, la libre expresión de un doble deseo. Que suene esa canción mientras, en algún lugar, un hombre que sienta deseos de matar por creer que una mujer es de su posesión y ya no puede estar con ella, se deje de navajas y busque a algún amigo con quien compartir sus emociones, que supere la idea de conmigo o con nadie. Un deseo por la memoria de quienes no están. Se lo debemos. Un deseo. Otras letras.