Te quiero, papá.

Hoy se cumplen 25 años del fallecimiento de mi padre. La mitad de mi vida sin su presencia física, sin poder compartir penas y alegrías, sin poder hacerle parte de mis proyectos. No hace falta que diga todo lo que le he echado de menos. Ante muchas situaciones me he preguntado qué pensaría o diría ante ellas. Sobre todo en las victorias de nuestro equipo.

Pero no me siento huérfano. Sobre todo al conocer a otros amigos que crecieron sin padre. Yo pude aprender a afeitarme junta a él. Pude tener conversaciones sobre relaciones y valores. Pude pelearme por tener mi propia identidad. Pude decidir en qué parecerme o no, en qué imitarle.

Porque todavía tengo presentes los 25 años junto a él, me hacen sentir este día especial. Al entrar en mi barrio, a la puerta de mi antiguo colegio, en los bares de la zona, en la parada del autobús, en la terraza de mi casa familiar. Y en Nervión, en el Ramón Sánchez Pizjuán, donde no hay día que entre y mi mirada no se vaya hacia la parte central del Voladizo de Gol Norte. Esas escaleras de cemento que subía de su mano en mi niñez y que subimos juntos por última vez un mes de mayo de 1995.

Te quiero papá.

¿Y la participación?

Dentro de unos días se inicia la llamada «desescalada». Supone la relajación de las restricciones del estado de alarma y se amplían las posibilidades de movimiento. El debate está en de qué forma combinar la actividad económica con la salud pública. En mitad de un tira y afloja político bastante vergonzante, parece sensato que sean criterios técnicos, indicadores concretos los que, valorados por personas expertas, puedan orientar la toma de decisiones.

Y sobre ello llevo unos días dándole vueltas. El papel que tomamos y deberíamos tener en la toma de decisiones. Es evidente que el mundo al que nos incorporaremos es diferente al que teníamos antes del confinamiento. Eso que dejamos atrás adolecía de mecanismos de participación directa de las personas en la toma de decisiones de los asuntos que les afectaban, pero ¿y ahora? Teniendo en cuenta que debemos salir con el esfuerzo del conjunto de la sociedad, me pregunto.

¿Tendrán las administraciones la sensibilidad de incluir formas de diálogo con todos los sectores sociales? ¿Es posible sumar al conocimiento experto cómo las personas viven cada situación? ¿Se producirán consultas diversas antes de cada decisión? ¿Tendrán las organizaciones sociales mecanismos internos para no estar continuamente a merced del dictado tecnocrático? ¿Será posible la creación de diálogos en los movimientos sociales más allá de los interesantísimos debates? ¿Tendrán los sindicatos la fuerza para hacer valer el valor de la clase trabajadora tal y como demuestran los actuales acontecimientos? ¿Se comprometerán los medios de comunicación con la información veraz como derecho básico frente a propaganda, dando voz a las diferentes sensibilidades sociales? ¿Incorporará el sistema educativo las voces del conjunto de la comunidad educativa?

Más allá del consecuente blindaje de lo público, como bien se está defendiendo en la campaña #PintoUnCorazónVerde ¿podemos ser una sociedad madura? ¿Será la participación sacrificada «por nuestro bien»? ¿Y la participación? ¿Dónde quedará la participación?

El hilo de Lucía.

Dedico una gran parte de mi tiempo al impulso de una red de apoyo mutuo. Las situaciones que estamos viviendo son de una enorme intensidad. Muchas de ellas, la mayoría, combinan la generosidad, solidaridad, apoyo y compromiso. Otras hablan de la parte oscura de la condición humana. Pero incluso cuando estás sumido de negatividad, aparecen las señales para seguir adelante.

El viernes pasado, día 17 de abril, justo cuando cumplíamos un mes de funcionamiento, el equipo de coordinación de la Redama, estábamos buscando alternativas a la falta de hilo del grupo que confecciona mascarillas. Desde que se inició el estado de alarma, han confeccionado más de 2.700. De súbito, nuestro compañero Jose Antonio saca un puñado de carretes de hilo de diferentes colores y bromeamos sobre la magia que posee, al aportar soluciones a todo lo que se necesita.

Al día siguiente nos cuenta la historia. Esos hilos pertenecían a Lucía, abuela de su compañera, que sacó a su familia adelante en las épocas duras de verdad, con un marido que no volvió de la guerra. Trabajó de forma incansable y teniendo muy poco siempre ayudó a todo el mundo.

El testimonio corrió como la pólvora en los grupos de WhatsApp, con una corriente de emoción que nos conmovió. El recuerdo de quienes nos han enseñado que el apoyo mutuo y la bondad albergan propiedades revolucionarias, que las personas cuando se entregan de verdad podemos hacer cosas maravillosas y que solo si todo el mundo se salva, estaremos cerca de la salvación. El recuerdo de nuestros mayores se hace muy vivo.

Así que el hilo de Lucía, doce años después, sirve para seguir tejiendo solidaridad. El hilo de Lucía quedará impregnado en las mascarillas que las manos de muchas confeccionan para el cuidado de todas. Alarguemos el hilo de Lucía.

Las Titas.

Mi tía Mari es una mujer emprendedora desde mucho antes de que existiera ese término. Después de estudiar en un colegio de huérfanas de ferroviarios, montó en Sevilla una tienda de papeles pintados, una fábrica de escayolas, todo ello en la España de finales de los 70 y principios de los 80. Después bares, restaurantes, un centro de formación… y eso es solo lo que yo recuerdo. Siempre cuidó de mi abuela, de mi familia, de nosotros. Es una cuidadora nata y en la cocina vuelca la energía que tiene y que le gustaría estar derrochando montando el siguiente proyecto. Mantiene el matriarcado familiar, conoce lo que ocurre en Jaén, Barcelona y Sevilla, donde vivimos los primos. También en Granada y Madrid, donde residen sus primos hermanos. Cuando termina de cebarte te pregunta ¿Te hago un filetito? Es la tita Mari.

Carmen viene de estirpe de músicos. Su padre, el Maestro, llevó la orquesta Los Noble por muchas localidades extremeñas y andaluzas. Junto a sus hermanos creció y vivió en la escuela de la música y el espectáculo. A finales de los 70 y 80, Carmen junto a su órgano era famosa en los locales nocturnos cantando canción latinoamericana, desde los Panchos hasta María Dolores Pradera. Su larga melena rubia, el chaleco de pico rojo sin mangas sobre una camisa blanca y unos enormes ojos azules, son los recuerdos que tengo de ella. Se ha jubilado hace unos años como profesora del conservatorio, pero acompañó, arregló y grabó canciones junto a tonadilleras. El maestro Solano la tenía en alta estima. Es un fenómeno de la naturaleza y un corazón que no le cabe en el pecho. La Carmela.

Llevan juntas más de cuarenta años, han peleado contra todo lo peleable y siguen haciendo de pegamento familiar. Quien me conoce, sabe de sobra que en los puentes de la Inmaculada no se puede contar conmigo. Estamos primos y primas en la casa del pueblo con las titas. Juntas mantienen su propio mundo de amistades, relaciones y planes llenos de vitalidad. Mantienen estrechos vínculos con vecindad que les hacen sentirse en familia. Tienen una extraña habilidad para convertir la generosidad en flujo de afectos.

Ahora, como todo el mundo, están confinadas. A las 12:00, todos los días Carmen toca una pieza musical para sus vecinos y vecinas, la tita Mari graba en el teléfono y nos lo envían por WhatsApp. Todos los días nos hacen ese regalo que nos alegra, pero que hace que las echemos mucho de menos. Las Titas.

Igual éramos felices.

Desde el curso pasado soy alumno de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla. Mucha gente se sorprende porque a estas alturas ande estudiando. Para mí es una necesidad. Después de más 25 años en la Animación Sociocultural y la Educación para la Participación, sentía que necesitaba incorporar contenidos, teorías y abordajes de la realidad que me estimularan. Cuando más experiencia acumulas, más conciencia tienes de lo poco que sabes. Y la comunicación es el fenómeno contemporáneo más influyente en la forma de percibir la realidad.

La verdad es que, no siendo nada fácil hacer compatible trabajo, clases, estudio y vida personal, la experiencia está siendo muy satisfactoria. También es cierto que mis expectativas no son las mismas que las de la gente joven que comparte conmigo aula. No espero que en cada clase, cada asignatura y cada profesor o profesora me aporten las claves prácticas para el ejercicio del periodismo. En primer lugar porque no espero trabajar de periodista y en segundo, porque la Universidad facilita los recursos teóricos para que, de forma particular, puedas conectar un conjunto de elementos que te ayuden en el ejercicio de una disciplina.

Hoy se anunció que no volveremos a las clases presenciales. Así que este curso terminará sin que vuelva a aparecer por la Cartuja. Los chats están que arden. El descontento es generalizado. Creo que en algunos casos hay motivos, aunque son fruto lógico de que la mayoría de estudiantes solo tienen esa actividad. Ninguna institución estaba preparada para lo que estamos viviendo, tampoco en la Universidad. Dar clases de forma telemática a modo de busto parlante no suple la clase presencial. Tampoco es muy estimulante recibir fotocopias de manuales que debes leer y ya está. Está todo demasiado deshilvanado y el profesorado se enfrenta a un reto muy complejo: impartir una materia online de la noche al día.

La verdad que no tengo la solución, pero una cosa es evidente; asistimos a un momento de la historia absolutamente único. Desde el punto de vista informativo el papel de los medios de comunicación está siendo clave, tanto en la proliferación de propaganda o como medio para la información básica; para el chiste o el análisis, para la contienda política o la proliferación del miedo a la muerte, para los datos fríos o el llanto de quien pierde a un ser querido. Y me pregunto: ¿no podemos enfocar nuestros contenidos y aprendizajes hacia lo que está ocurriendo? ¿no podemos construir piezas informativas, análisis de los enfoques que abordan los medios, análisis de discursos desde diferentes miradas, reflexión sobre audiencias, composición y características de los platós e infografías, etc? No tengo la solución, pero tengo la sensación de que estamos desaprovechando la oportunidad de que mucha gente joven mire más allá de la manta de su sofá.

Y es que el otro día, en una videoconferencia de Skype con mi grupo de Producción Periodística, comenté en broma que estaba echando de menos subir las escaleras para una clase de fotoperiodismo. Quién nos iba a decir que pudiéramos echar de menos tantas cosas. Y una compañera comenta como finalización de la conversación: igual éramos felices y no lo sabíamos. En eso consiste el aprendizaje. Estar abierto a que la persona que tienes al lado pueda, mediante el diálogo y la comunicación, aportarte cosas. Estoy convencido que el día que me matriculé no me había equivocado.

Repartir papeles sin perderlos.

Acción de la Red de Apoyo Mutuo de Mairena del Aljarafe. REDAMA.

Es cierto que ahora debemos remar todo el mundo a la vez. Después de parar la pandemia habrá tiempo de sacar conclusiones y aprender de lo vivido. No hablo de las campañas políticas que utilizan las muertes para hacer propaganda, sino de la evaluación rigurosa de cómo se hacen las cosas.

Me preocupa especialmente el papel que cumplimos la ciudadanía en el desarrollo de las medidas dictadas por el estado de alarma. Es claro que el objetivo es común: detener la pandemia, que la gente no se contagie, evitar muertes. Es algo de vida o muerte. Se debe apostar por toda la excepcionalidad posible, cambiar lo necesario, siempre desde la orientación de las personas especialistas, siempre desde el rigor científico.

La pregunta es quiénes hacen qué. La situación de confinamiento ha elevado a la superficie muchas situaciones personales, familiares y de comunidades enteras, que subsistían desde la precariedad y la economía informal e incluso no formaban parte de los datos oficiales. Son quienes están llevándose, otra vez, la peor parte.

Y hay que ofrecer ayuda, hay que paliar en la medida de lo posible el sufrimiento. Quiénes hacen qué. Las organizaciones sociales, los movimientos sociales, las administraciones locales, regionales, estatales, los grupos vecinales, las redes de ayuda mutua, la pequeña carnicería, el supermercado…la sociedad. Es necesario un nuevo reparto de papeles, porque esto no lo sacamos sin la intervención del Estado, pero tampoco sin la intervención de la sociedad civil, sin el papel activo de la ciudadanía organizada, precisamente para que el menor número de personas salgan a la calle y a la vez todas las personas tengan cubiertas sus necesidades.

Pero en este reparo de papeles hay quienes los están perdiendo. Tiempo habrá de analizarlo.

Se fue Marco.

Ayer tuvimos noticia del fallecimiento de Marco Marchioni. De sobra es conocida su contribución al desarrollo comunitario y la intervención social. De sobra es conocido su carisma, su fuerza. Recuerdo que le comenté en Las Palmas tomando un café que si se estaba cuidando. Me mandó al carajo. Nadie mandaba al carajo mejor que Marco, porque el cariño y dulzura de su persona te atravesaba.

Siento que mucha gente del trabajo social o la educación social no han leído con detenimiento a Marco. Planificación y organización de la comunidad, la utopía posible o comunidad, participación y desarrollo, deberían ser de obligado cumplimiento, porque ahora no lo van a poder escuchar. Y esto es algo a lo que no me hago a la idea.

Así que hoy, la mejor manera de homenajear a Marco, en estos momentos de alerta, incertidumbre, pandemia global y crisis civilizatoria, es tener en cuenta algunas de sus más importantes aportaciones, que siendo muchas, yo resumiría en dos.

Politizar la acción comunitaria. El trabajo social es político, es una opción por la creación de modelos alternativos a la explotación y el emerger de sujetos con derechos y dignidad, frente a la caridad; es la relación entre iguales para la mejora de las condiciones de vida, con la escucha como herramienta principal.

El segundo es la coordinación de recursos. Hablaba sobre esto y era casi una obsesión. El desarrollo de espacios de coordinación comunitarios, para que que desde el rol político, técnico y ciudadano, se implementen actuaciones eficaces con las que hacer frente a necesidades definidas desde un diagnóstico compartido.

Ahora, desde las redes ciudadanas, la acción común para frenar el coronavirus, estos dos aspectos son esenciales y se lo debemos en buena parte él. Ya nadie me mandará con tanta ternura. Te echaremos de menos Marco.

Audio desconocido, borrado.

Si alguien me manda un audio, la mayoría de las ocasiones es una persona conocida, reconocida y a veces, también amada. Los audios tienen la característica de la veracidad, no por casualidad una grabación se puede considerar una prueba irrefutable.

Pues resulta que cada vez se cuelan más bulos por los mensajes de audio. El de la supuesta usurpación de mascarillas a Andalucía ha sido uno de ellos. Me parece un material extremadamente frágil, es como si la incredulidad la tuviéramos que mantener incluso en los caso más evidentes. Si alguien te cuenta algo, lo lógico es dar verosimilitud. Ni esas.

No estamos en la época de la postverdad, sino de la mentira despiadada y manipuladora al servicio de intereses de grupos ideológicos, partidistas y económicos, que no contentos con inundarnos de memes, se unen las voces simples y claras al servicio de la tergiversación.

Han conseguido que solo creamos aquello que conecta con nuestra forma de ver el mundo, que los mensajes se hayan convertido en consignas machaconas, en titulares sin contenidos. El medio son los grupos de WhatsApp, que se han convertido en plataformas de distribución de una viralidad que no requiere de grandes inversiones y que está blanqueando el mensaje ultraderechista. Atención a estos movimientos en los momentos que estamos viviendo.

Cuando me llega un audio y la voz no es conocida, borro.

Operación Amancio.

Creo que las redes sociales no son la sociedad. Lo que ahí aparece no siempre tiene que responder a lo que ocurre realmente; confundir una herramienta con la realidad, puede que sea uno de los mayores errores que podamos cometer en este momento.

No voy a negar su importancia (clave) ni su potencial (enorme), para generar procesos de comunicación potentes al servicio de causas diversas. Pero asisto atónito al fenómeno de Amancio Ortega en redes sociales y grupos de WhatsApp (esto último merecerá una reflexión específica).

El anuncio de Inditex de poner al servicio de la salud general sus bases logísticas o fabricar mascarillas, se ha convertido en «Trending Topic», de lo que se hacen eco algunos medios. Resulta curioso que una noticia que no tiene relevancia en la cobertura de noticias e información sobre el coronavirus (ver pantallazos), se convierta en pocas horas en tema de discusión general, justamente antes de la comparecencia de Felipe VI.

No deja de sorprenderme que un ofrecimiento, que desde luego tiene valor, se convierta en heroicidad; me pregunto qué hubiera pasado si el gobierno se hubiera adelantado y hubiera confiscado esos recursos necesarios para ponerlos al servicio del bien común. Pero es que además, se utiliza la figura de Amancio Ortega para contraponerla frente a una supuesta izquierda y Estado inoperante.

Operación Amancio. Ya nos olvidamos de los aplausos a las 20:00, de la clase obrera dándolo todo, de los menús de Madrid, de la monarquía corrupta, de los esfuerzos colectivos, del codo con codo, de los vídeos de gente que se ayuda, de las redes de cuidados, de quienes están sufriendo. Menos mal que España tiene a Amancio.

Imágenes y propaganda.

En estas horas están circulando todo tipo de imágenes relacionadas con el confinamiento, el estado de alerta y el plan de choque para parar el COVID-19. Dependiendo del medio, de la red social o de quienes tengas en los grupos de WhatsApp, pueden oscilar entre vecindad con guasa, calles desiertas y homenaje al personal sanitario.

Pocas veremos de las personas sin hogar, de los despidos, de la soledad, de quienes están ya sufriendo de manera desigual las consecuencias. Porque el virus es transversal, pero sus efectos no. Yo me quedo con esta de elPeriódico. Quienes no pueden hacer efectivo el confinamiento.

Foro de elPeriódico. Luis Benavides. Barcelona – Lunes, 16/03/2020 – 17:14

Me da la sensación de que en los próximos días viviremos una oleada de imágenes. Algunas de ellas serán mera propaganda, como me recordaba hoy una amigo que trabaja con personas sin hogar. Dicen que se hacen cosas que en la práctica no se están materializando. Pero queda mucho: militares, fuerzas de seguridad, banderas, himno. Porque por ahora, las retinas están llenas de clase trabajadora dando el callo, gente de barrio montando redes de apoyo y de cuidados. Una marea pidiendo un plan de choque social frente al coronavirus, clase obrera parando fábricas.

Prestaremos atención. Ahora toca arrimar el codo, sumar lo que podamos, no perder el espíritu crítico y frenar la demagogia y el oportunismo.