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Bueno vale, esto es lo que siento…

…Porque muchas personas de mi entorno no dejan de preguntarme por mi posición, por mi postura ante el escenario después de las elecciones del #24M, de los procesos de confluencia y del papel que podemos cumplir desde las personas y proyectos de fomento de la participación. Sobre esto último, próximamente difundiremos los debates y planteamientos -seguimos construyendo «sinclusiones«- del último Encuentro de Educación para la Participación de Quart de Poblet en Valencia. Sobre mi posición personal prefiero seguir mas lo que siento que lo que pienso, pues en estos tiempos que vivimos, existen ideas establecidas de antemano que suelen resistir poco el envite de la realidad. Una realidad desbordante. Prefiero compartir lo que me incomoda y lo que me hace sentir cómodo.

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Va cambiando el miedo, no el dolor.

En los últimos días se viene escuchan que el miedo empieza a cambiar de bando, a raíz de la tramitación de la Ley de Seguridad (¿?) que prepara el gobierno. Es posible que quienes están tomando las decisiones para el desmantelamiento progresivo de lo público así sea, que la deriva autoritaria de las formas de gobierno empiecen a estar presididas por la preocupación de estallidos sociales. Nada que ver las formas actuales de protesta con la violencia, por mucho que algunos medios así las quieran presentar. Desde el 15M del 2011 hasta la fecha, la inmensa mayoría de expresión de malestar han estado regidas por un civismo que a muchas personas les sorprende, comparado con la intensidad de las represiones de las mismas y el calado de los ataques a nuestras condiciones de vida. Es posible que empiece a cambiar de bando el miedo…pero no el dolor.

Resulta que lo vivido estos días con la muerte de tres personas de una familia en Alcalá de Guadaíra, nos vuelve a poner en las mismísimas narices en qué lugar está el sufrimiento, el dolor, la desesperación; no en los pasillos de los edificios presidenciales, no en las personas que pisan sus moquetas, tampoco en los parlamentos, tampoco en los plenos municipales, tampoco en las salas de juntas de los consejos de administración de las empresas que cotizan en el Íbex, en absoluto en los restaurantes y tiendas de lujo. Está en las casas, los barrios, las calles de siempre. No es nuevo, no es anecdótico, es la realidad profundamente injusta en la que vivimos.

Y entre tantas voces, echo de menos una que me inquieta: las personas profesionales de los Servicios Sociales, de los servicios de atención, integración, lucha contra la exclusión, que vaya más allá de la reclamación frente a los recortes y que ponga énfasis en las condiciones de desigualdad cotidiana a las que tienen acceso, las trabas para superarlas y sobre todas las cosas, el compromiso personal y fidelidad a las comunidades con quienes intervienen y no tanto a los mecanismos administrativos y políticos desde los que ejercen la profesión. Este es un aspecto que requerirá un extenso debate, pero llevo tiempo sintiendo una cierta incomodidad con quienes, desde la defensa de lo público, no confluyen en la defensa de los derechos de las personas más explotadas y excluidas.

Frente al dolor, frente a la desesperación, frente a tanta injusticia hay soluciones. Algunas de ellas viejas reivindicaciones de los movimientos sociales. La primera y urgente pasa por la Renta Básica de las Iguales; otras por la paralización del pago de una deuda injusta, la superación del modelo político de la transición o la apuesta decidida por otro modelo de vida. Y muchas mas en marcha, en gestación o consolidadas, desde lo personal a lo colectivo y al revés. Y entre ellas, el cambio profundo de concepción de la protección social. Porque puede que el miedo vaya cambiando de bando, pero yo lo que veo, palpo y siento sigue siendo el dolor de las de siempre.